sábado, 7 de mayo de 2011

THOR

Hoy he llevado a mi sobrinillo de cinco años a ver Thor, dada su afición a las historias de superhéroes (durante una temporada, el susodicho sobrinillo veía, todos los días, o el Spiderman de Sam Raimi o el Batman de Tim Burton). Cosas de niños.


Este pobre friknéfilo que en este blog escribe creía que la versión cinematográfica de Thor sería un entretenimiento intrascendente, en el que despacharían al buen dios del trueno hacia nuestro planeta en un abrir y cerrar de ojos y que, dadas las circunstancias, se dedicaría (maza en mano) a luchar por el bien y la justicia contra algún mutante antagonista. Pues hete aquí que no. El señor Kenneth Branagh, director de esta película, parece añorar sus gustos shakespeareanos y aprovecha la neomitología marveliana para bordar un refrito que huele tanto al Rey Lear como a la ya mil veces imitada plástica que imprimiera Peter Jackson a su excelsa versión de El Señor de los Anillos. El resultado, desde mi punto de vista, es una extravagancia a la altura (aunque salvando las distancias) del Dune de David Lynch o del Silent Hill de Christopher Gans. Pero, desde el punto de vista de un niño de cinco años, Thor es dar gato por liebre. Menudo galimatías que llevaba mi sobrinillo a la salida. Y venga a preguntarme, y venga a preguntarme, y venga a preguntarme... Y yo venga a responder, y a responder, y a responder, descubriendo poco a poco que la película del tío Kenneth no es tan buena como su Hamlet o su Mucho ruido y pocas nueces; lo cual no significa que esté mal.




Vedla vosotros mismos, merece la pena... o quizás no.

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