lunes, 23 de mayo de 2011

MEDIANOCHE EN PARÍS

El maestro del cine, Woody Allen, nos plantea una deliciosa fuga imposible a los terrenos de los añorados sueños de un guionista que, como muchos otros de los personajes de su universo cinematográfico, ha topado con la mujer que no debía; ya no "femme fatale" sino "barbie" estulta: insoportable futura esposa y niña de papá que se deja deslumbrar antes por la pedantería que otorga la buena clase social que por la sensibilidad de un novelista capaz de viajar en el tiempo y codearse con sus idolatrados artistas.


El París de 1920 al que nos invita el inagotable autor de Manhattan, Annie Hall o Match Point es una fantasía cultural, un carrusel en el que coinciden Scott Fitzgerald y Salvador Dalí, Man Ray y Hemingway, T.S. Elliot y Luis Buñuel. Tamaño panorama utiliza su director para reflexionar acerca del sino y el destino, el conformismo y el idealismo, logrando que Medianoche en París se antoje una actualización intelectual de La Cenicienta, con ecos tanto de El discreto encanto de la burguesía como de nuestro universal Quijote. Y todo esto en apenas una hora y media de metraje que destila frescura, belleza y buen humor a partes iguales y que, a mi gusto, contiene además alguno de los mejores "gags" de la filmografía de Allen.


Una joya.

sábado, 7 de mayo de 2011

THOR

Hoy he llevado a mi sobrinillo de cinco años a ver Thor, dada su afición a las historias de superhéroes (durante una temporada, el susodicho sobrinillo veía, todos los días, o el Spiderman de Sam Raimi o el Batman de Tim Burton). Cosas de niños.


Este pobre friknéfilo que en este blog escribe creía que la versión cinematográfica de Thor sería un entretenimiento intrascendente, en el que despacharían al buen dios del trueno hacia nuestro planeta en un abrir y cerrar de ojos y que, dadas las circunstancias, se dedicaría (maza en mano) a luchar por el bien y la justicia contra algún mutante antagonista. Pues hete aquí que no. El señor Kenneth Branagh, director de esta película, parece añorar sus gustos shakespeareanos y aprovecha la neomitología marveliana para bordar un refrito que huele tanto al Rey Lear como a la ya mil veces imitada plástica que imprimiera Peter Jackson a su excelsa versión de El Señor de los Anillos. El resultado, desde mi punto de vista, es una extravagancia a la altura (aunque salvando las distancias) del Dune de David Lynch o del Silent Hill de Christopher Gans. Pero, desde el punto de vista de un niño de cinco años, Thor es dar gato por liebre. Menudo galimatías que llevaba mi sobrinillo a la salida. Y venga a preguntarme, y venga a preguntarme, y venga a preguntarme... Y yo venga a responder, y a responder, y a responder, descubriendo poco a poco que la película del tío Kenneth no es tan buena como su Hamlet o su Mucho ruido y pocas nueces; lo cual no significa que esté mal.




Vedla vosotros mismos, merece la pena... o quizás no.